Si yo fuera demócrata -y repito que no lo soy, pues no soy un «hombre de bien»-, cuando me pregunten la hora, respondería así: condeno la tortura. Otros dirán manzanas traigo
Yo soy independentista (y comunista lo que casi se antoja un oxímoron en estos pagos), pero no soy «demócrata». Quiero decir que no lo soy al estilo de los que se llenan la boca diciendo por doquier: «nosotros, los demócratas...».
Al independentismo vasco se le pide y exige, teológicamente, que «condene» la violencia (de ETA, por supuesto). Y no falta quien lo hace, lo cual es plausible. ¿Quién, en su sano juicio, no reprueba la violencia? A los que van de demócratas, sin ser necesariamente independentistas, les pregunto: ¿condena usted la violencia que supone la tortura? Me dirá -con la boca pequeña, quizá- que sí, que cómo no, por Dios, soy demócrata y del Athletic, pero que, para tortura, la que hace ETA (¿se imagina alguien a ETA reteniendo a policías para torturarlos pensando que así pagan con la misma moneda a quienes torturan a sus militantes? No, no se lo imaginan. Incluso la Policía sabe esto). Alguno dirá que un secuestrado metido en un zulo es tortura. De acuerdo, pero sucede que la tortura es un delito practicado por funcionario público y ETA es una organización ilegal y, por lo tanto, y como la llaman mafiosa, impolítica. Es el «legal» Estado de Derecho quien tortura y no ETA. Inconscientemente, sin pretenderlo, ponen a ETA y al Estado en el mismo plano, es decir, es cierto que el Estado tortura (véanse los últimos testimonios o los míos propios hace ¡29 años! y tutti quanti) pero ETA mata y asesina y extorsiona y es la mala de la película (¡como si ser voluntario de ETA fuera una profesión!). Pero ocurre que un Estado de Derecho que se digne no puede jamás (en teoría) ponerse a la altura de su enemigo sopena de parecer y ser lo que achaca al enemigo, esa alimaña: un delincuente.
Hace unos meses, en aguas somalíes, el pesquero vasco de matrícula y tripulación mixtifori «Playa de Bakio» fue secuestrado por piratas posmodernos que pedían un modernísimo rescate crematístico, o sea, «gallina» (y no la liberación de presos políticos). El Gobierno español que, dice, no negocia jamás de los jamases con «terroristas», lo hizo con estos delincuentes escasamente románticos tipo Johnny Depp. Otra vez, inconscientemente o forzado por las circunstancias (a la fuerza ahorcan), reconoció que ETA es una organización armada política pues, de no serlo, negociaría continuamente con estos «mafiosos» (como lo hacen Endesa y Gas Natural entre ellos) que sólo piden dinero para jubilarse y no la autodeterminación y la territorialidad para este puto pueblo que ni sabe lo que quiere. Haga lo que haga el Gobierno español (y el vasco), siempre caerá en renuncio. Por eso tortura, porque sabe que no tiene más razón que la de la fuerza. Sabiéndose no legítimos, recurren al clavo ardiendo que llaman «legalidad». Igual que con Franco.
Si yo fuera demócrata -y repito que no lo soy, pues no soy un «hombre de bien»-, cuando me pregunten la hora, respondería así: condeno la tortura. Otros dirán manzanas traigo. Un demócrata que blasone de tal no puede tener su conciencia tranquila mientras perdure la tortura. Salvo que sea un cínico. Por cierto, son las dos y cuarto así que vámonos a cocheras.